Se considera que lo inventores de las maletas son los antiguos egipcios sobre el año 1500 a. C. Para sus viajes empleaban arcones y baúles que evolucionaron en unas primitivas maletas de fina madera y recubiertas de grasa animal para que no se mojasen con la lluvia.

Fue en el siglo XIX cuando se comenzó a rebajar el peso de aquellas toscas y pesadas maletas. Gracias a la fibra de lino y la caña prensada recubierta de lienzo y reforzada con tiras de madera curvada.

El invento de la cremallera, y sobre todo el del nailon y la fibra artificial supuso una revolución en el mundo de los artículos de viaje.

Tras la Segunda Guerra Mundial el auge del turismo estuvo acompañado de un florecimiento en el surtido y calidad de los complementos de viajes.

El creciente uso de los aviones, con las limitaciones que conllevaba en volumen y peso hizo necesario que las maletas se hicieran livianas y de diseño más inteligente. Sin la fibra de vidrio y el plástico no hubiera sido posible.

La obtención de nuevos materiales fue aprovechada por los fabricantes de maletas, que las producían en serie con productos antaño impensables, como el acetato de celulosa y el poliéster. Este mundo nuevo lleno de sucesivos y rápidos hallazgos e innovaciones hizo posible la elaboración de artículos cada vez más prácticos y ligeros. Revolución que multiplicó por una parte las piezas del equipaje, tanto que hizo exclamar al escritor Bernard Shaw (el inventor de la maleta con ruedas): “No acabo de entender por qué la mujer necesita cada vez maletas más grandes, siendo así que cada vez su ropa necesita menos tela”.

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